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Cuando la pintura es poesía en imágenes, la expresión artística toca la creación. 

No se trata de un relato, tampoco de un concepto, no se puede recibir como una simbiosis o una injerencia. Creo, mas bien, que hablamos de un abrazo, intensamente compactado y, al mismo tiempo, liberado por la emoción de experimentar que se pinta un poema, aunque el poema, hecho pintura, no abandone nunca sus palabras y sus sugerencias. Aquí el abrazo logra que dos cuerpos se fundan y que el hallazgo sea no sólo interpretación sino también encuentro.

 

Liviana Leone siente con delicadeza y hace suyo el infinito y fecundo cosmos del jardín. Un imantado origen de paraíso nos precede y contiene en la maravilla para luego expulsarnos a  una posterior y larga adversidad. Pecado o culpa, luz de exaltación o sombra irreparable, en el jardín, real o imaginado, preservado o perdido, resisten las pasiones, la pureza de la  renovación, la esperanza humana de una salvación que otorga la belleza, muerta y siempre   resucitada por el beneficio de la Naturaleza y la potestad del Arte.

 

En la inmensidad del jardín legado, sucedido y heredado por la acción pictórica a través del  tiempo, nuestra pintora opta por esa alianza que el jardín infinito entabla con sus fragmentos. En cada obra de Liviana, formato y contenido hospedan cada retazo conciliado con esa  eternidad. Tallos, flores, hojas, participan en el derrame, en la evaporación, en un concreto  pero evanescente lenguaje que se enreda en la mirada, en todas las miradas.

Contemplar “Los jardines de marzo” provoca una exhalación y una huida hacia los plácidos retazos de un mundo deslumbrador. La línea que estructura la floración y la hojarasca está en la misma raíz del color que suspira. Una evocación de textura bizantina y tonalidad veneciana, rojos y azules llenos de memoria presentida y de hermosura imperecedera, la marcada levedad y la diseminación de lo dibujado que tanto recuerda a los remotos jardines orientales, y una muda salpicadura que roza la idea y la riqueza de sus brotes, se alían y parecen flotar en estos jardines, donde también hay sitio para la ocultación y la llamada del misterio. En cualquiera de esos lugares, dentro de una oquedad invadida, bajo la duda luminosa de una profundidad ignorada, o rodeando el fruto insinuado cuyo peso sólo conoce el poema y su letargo, allí quisiéramos despertar o simplemente tendernos para mirar el cielo y ver cómo se alejan las nubes de marzo.

 

 

Josela Maturana,

Poetisa